miércoles, 18 de marzo de 2015

AKHENATON Y SU DOCTRINA DEL DIOS UNICO
 


Akhenatón, el Resplandor de Atón o el Espíritu Efectivo de Atón, que fue conocido antes como Amenhotep IV fue Faraón de Egipto de la XVIII dinastía; nació como el hijo más joven del Faraón Amenhotep III y de la Reina Tiy, y por tanto no estaba destinado a ser Faraón, ya que el heredero era su hermano mayor Thutmosis, al que Akhenatón profesaba un profundo amor.


Se dice que fue por influencia de su madre, de origen no real, que el joven Amenhotep adoró desde niño al dios del sol Atón, más incluso que al padre de los dioses egipcios tradicionales, el gran Amón. Su padre Amenhotep III vio con desagrado las ideas extrañas de su hijo, su creciente inclinación a unas creencias basadas en el amor que parecían inútiles para su futuro como gobernante; más aún cuando tras la muerte de Thutmosis, el poco agraciado Amenhotep se convirtió en heredero. Fue en el transcurso de un viaje por el Imperio, planeado por el Faraón para su hijo, en la esperanza de que el conocimiento de su pueblo le hiciera cambiar, cuando el rebelde Amenhotep recibe la noticia de la muerte de su padre, y con ello su acceso a las coronas del Alto y Bajo Egipto.

Akhenaton junto a su esposa y primera adepta a sus nuevas ideas religiosas, Nefertiti, Amenhotep IV se dispuso a cambiar la historia de Egipto, y tal vez la del mundo. Estaba convencido de que la única forma posible de gobierno era el amor, el amor hacia todos en todos los aspectos de la vida, y se esforzó con ahínco en convencer a todos cuantos le rodeaban de su nueva fe, basada en un principio en su dios Atón, al que declaró único. Todos juraron fidelidad a las doctrinas del joven Faraón, y se guardaron sus opiniones contrarias, cuando al quinto año de su reinado inició la construcción de una nueva magnífica capital: Akhetatón, El Horizonte de Atón, en el lugar conocido hoy como Amarna, y cambió oficialmente su nombre de Amenhotep IV por el de Akhenatón.

Akhenatón, ajeno a las consecuencias que su política religiosa le iban a acarrear, estaba convencido de que el dios único, y su doctrina del amor absoluto bastarían para dar la felicidad a los hombres: "El ejército de las fronteras pedía armas y les enviaste poemas" clamaban los incrédulos, cuyas filas iban poco a poco incrementándose. Ante esto, Akhenatón tenía una receta que siguió hasta el final, si el amor que daba no era suficiente, había simplemente que dar más; creyó con certeza que el amor a todas las criaturas aseguraría la felicidad del mundo. El resultado fue que Egipto empezó a perder parte de sus provincias conquistadas por los antecesores de Akhenatón; mientras el Faraón, llamado ya Hereje por sus enemigos, se concentraba en sus reformas internas. Sin embargo es injusta la visión general de un Akhenatón incompetente en política exterior: es innegable que Akhenatón fue capaz de asegurar su dominio sobre Palestina y Fenicia, mientras que dejó el resto de provincias del imperio nororiental al creciente poder Hitita, evitando así, en realidad, unas guerras que hubieran desangrado a Egipto.





 

 

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